lunes, 11 de abril de 2011

Pre-apocalipsis Now


El sistema nos robó el futuro a cambio de un presente inhumano, escupió sobre los huesos de nuestros antepasados y cubrió sus cenizas con el polvo de la industria, con la esperanza del renacimiento tecnológico. Nos convirtió en autómatas insensibles, acéfalos y acríticos, individuos egoístas y perversos. En el afán de civilidad y progreso escapamos de nuestros inicios ancestrales y nuestro pasado “primitivo” fue sepultado. Ahora enfrentamos la guerra darwiniana, la supervivencia del más apto, el principio más primitivo de nuestra animalidad es la norma por excelencia de la supervivencia. Las leyes del mercado, ironías del razonamiento posindustrial.
El mundo se quiebra a cada paso de la humanidad, el sistema destruye su principal fuente de vida, autodestruyéndose como norma necesaria para mantenerse. La lógica de la muerte, el argumento de la escasez.  Los hombres ya no quieren ser libres, es el principio de la caída de nuestra “gloriosa” civilización. La máquina les robo la mente, les licuo el cerebro y los convirtió en engranes. La generación “X” esta cruzada de brazos mientras sus hijos heredan la muerte. Nuestra generación, la de los pre-apocalípticos es testigo del principio, el comienzo del fin.
En el atardecer del mundo, todo parece estar perdido.
J. G.

lunes, 21 de marzo de 2011

Destruir las torres


Me aterran las pausas, esas en las que el silencio de la noche parece ser el preludio de la locura, y el amanecer irradia palidez incolora. Pausas en el alma que roban la conciencia, que inundan mi corazón de una indiferencia mortal, que me dejan inerte entre pensamientos que te añoran, que te recuperan.

Los días corren desde mi ventana, tu sombra acaricia mi mano, inconsciente. Mis ojos recorren los tuyos en un ejercicio hipnotizante mientras mis labios te besan por primera vez desde mil perspectivas.

Una y mil veces repito en mi memoria los pasos correctos, las consecuencias se desvanecen en el resplandor de la posibilidad. Basta un atisbo de esperanza para decidirme. Y una sonrisa desborda mis labios.

Luego despierto de los ensimismamientos, recorro tu recuerdo por enésima vez. Cuando saldrás de tu coraza, me pregunto, cuando tendré el valor de robar la perla.
Sustraerte el alma en un arrebato de inconciencia
Arrancarte la inocencia en una explosión de sinrazón
Y derrumbar las barreras
Y destruir las torres.

J.G.

jueves, 27 de enero de 2011

Cuando ya no seas

La nostalgia me besa la nuca,
el dolor me lame los dedos,
el cielo se cierra ante mis ojos,
mientras la desesperación se cierne sobre mi cabeza.
¿A donde irá la marea, cuando la luna se muera?.
¿A donde estará la princesa
de aquel cuento cuando ya nadie lo lea?,
¿quien se quedara con las memorias,
cuando el presente llegue al fin?
cuando  dejes de sonreír
Y mi corazón ya no te vea.


J.G.

sábado, 22 de enero de 2011

Mientras tus sueños danzan

La verdad siempre resulta más aterradora que todas las mentiras que me he inventado sobre ella. Las noches de lluvia rodeado de su recuerdo, las tardes blancas contando mariposas en el cielo, las mañanas provincianas tomados de la mano bebiendo café en tarros de barro. Los susurros en código, las miradas furtivas, la imaginación a mil por hora sacando mi lado más animal mientras su cuerpo se desliza frente a mis ojos.
El futuro se desploma mientras ella simplemente es como es. Oleadas de rabia recorren mi cuerpo. Frustración envolvente que me revienta el raciocinio.  Espirales de dolor que me regresan al principio, un lugar tan conocido e inhóspito, ese donde surge la pregunta de siempre. ¿Qué será de mí si tú no puedes ser conmigo?

miércoles, 12 de enero de 2011

Intelectuales

— Malditos intelectuales. Fue lo único que atine a murmurar. Después de todo son unos idiotas, aun cuando se sientan involucrados en una contra corriente de pensamiento crítico autónomo autogestivo independiente y revolucionario. A mi más bien me parecen entes deshumanizados ególatras y pomposos que se vanaglorian de su refinada erudición y su incisivo conocimiento de autores de apellidos impronunciables, mientras te miran por encima del hombro con un aire petulante.
— Bendita contracultura y sus aires mesiánicos. Pienso sarcásticamente hacia mis adentros mientras le doy el cambio al sutilmente mugroso joven de las rastas, el cual no voltea a verme ni de reojo a la vez que hojea un pequeño libro de portada roja.
— Su cambio, gracias. Interrumpo su lectura esperando al menos un atisbo de educación para responder mi hipócrita pero bien intencionada muestra de cordialidad. Una mirada reprobatoria es mi única respuesta, la cual rápidamente se desliza hacia fuera de la tienda.
Se creen tan superiores con su educación universitaria inconclusa y mediocre, su pinta de rockeros, punks, rastas o hippies pseudo-indigenistas, sus libros nuevos importados comprados con el dinero que diariamente les dan sus padres, un gasto superior al que yo gano en un mes, y sus criticas siempre rabiosas hacia el status quo preestablecido. La imagen pura de la hipocresía de la “alta cultura”, accesible solo a esas sanguijuelas clasemedieras enmascaradas de pensadores críticos.
Al final de la jornada tomo el microbús de siempre, cumbia y salsa ochentera lamen mis oídos mientras me arrulla el vibrar del motor, que parece estar a punto de estallar. Un tornasol de olores fluye por mis fosas nasales provenientes de decenas de usuarios anónimos, cansados y desesperados por llegar a sus casas para descansar y renovar fuerzas para el siguiente extenuante día. Un apolillado libro me acompaña, cambio con cuidado sus páginas por miedo a que se desbarate. Y entonces me pregunto si de verdad la “cultura” esta tan fuera de mi alcance.  

J.G.

Alicia

Ella dormía, después del tomento de un día atareado, calculado hasta el más mínimo detalle. Roto por el mismo espacio de los segundos, amarrado a protocolos rigurosos, al poder inmenso de una rutina que silenciosamente la había transformado en su esclava, victima del tiempo, mujer suicida de lo cotidiano, de lo establecido. Días de tormento y noches de agonía, donde el sueño refrescaba las ideas, e inundaba el inconciente de deseos reprimidos. Ella dormía.
Yo disfrutaba de esas noches de insomnio, cuando los pensamientos incesantes de mi dialogo con la almohada terminaban por arrancarme el sueño de los ojos, y llenaban mi mente de la lucidez mas penetrante. La tranquilidad de la noche me permitía elevarme a los diálogos más profundos, a los análisis más agudos. Pero lejos de dejarme abrumar por la turbulencia de pensamientos, prefería desviar toda mi atención de los detalles más íntimos de mis discusiones mentales, a la tranquilidad fresca de Alicia mientras dormía. Las noches de insomnio siempre me llevaban a contemplarla dormida, a imaginarme sus sueños e intentar entrar en ellos, a dudar de su fidelidad, o atreverme a serle infiel, a llamarla por otro nombre, a amarla desenfrenadamente, sin tocarla y en silencio. La amaba así, callada, silenciada, atrapada en el mundo, su mundo de fantasía, del otro lado del espejo, cuando podía ser ella, como solo ella sabia ser, sin miedos, sin complejos, sin odios ni distancias, persiguiendo al conejo de los pantalones graciosos, cuando se soltaba el pelo y caminaba descalza en un bosque ocre otoño, hablando con los árboles y haciéndole el amor al tiempo, desnudándose lentamente.
Mi concentración me llevaba a la fantasía, al desenfado de todo lo impensable, haciéndole el amor con la mente, recorriendo su piel dorada en cada pliegue, en cada célula mestiza. Insertándola en mis historias, en mis diálogos, creando personajes, imaginándola como solo ella se imaginaba a ella, intentando despejar la duda eterna de quien era Alicia después de la jornada, quien era Alicia cuando dormía, y se olvidaba del defecto, cuando dejaba de preocuparse por ese vientre no tan plano, que a mi me volvía loco, de esas bolsas en los ojos, y de esos miles de defectos que para mi la hacían perfecta.
Quien era Alicia después de Alicia, después del cuento, después de la fantasía, quien era ella después de mi, que había detrás de esos suspiros noctámbulos, de esos movimientos oculares, detrás de esos balbuceos que de vez en vez me mencionaban. Ese rostro expresivo lleno de emociones contrastante con el rostro diario apagado por las horas de la ciudad asfixiante, del café de la mañana para despertar, del “adiós querido, te veo en la tarde” de la jornada de ocho horas y la hora de la comida. El aburrimiento del tráfico cotidiano, el tedio de la televisión antes de dormir y del sexo malo, forzado o aplazado por la típica frase de “me duele la cabeza” o “estoy cansada”.
Quien era esa mujer que se transformaba, que florecía a media noche mientras abrazaba las sabanas, mientras se alejaba del tiempo y volaba entre suspiros o se marchitaba entre sollozos.
El amanecer me sorprendía abrazado a su cuerpo, como aquel escolar que un día antes del examen y tras horas de estudio terminaba rendido abrazado al libro de texto, siempre con más dudas que respuestas. Dudar se había vuelto mi rutina, y entenderla el reto que hacia de mis días, esos días, los mas excitantes.
Una sonrisa era el buenos días de cada mañana. El primer beso de la jornada, y luego el salto a lo cotidiano, la vuelta a lo mundano, con las horas contadas, con la rutina en la piel. Un adiós de café, “te veré en la tarde, cuando el tiempo lo permita”. La mascara de nuevo, y yo volvía a dormir, a pensar en ella, a enamorarme más de Alicia, la silenciosa, la que sueña, y a olvidar a la otra Alicia, a la real, la que moría en cada día.
La realidad término por fastidiarme, Alicia volvió al libro, pero se quedo en mis noches, esas noches de insomnio, cuado recuerdo por que la amaba tanto, y claro, porque me dejo.      

J.G.        

Noche de Brandy

Me gusta el silencio de las noches como esta, con esa brisa húmeda y fresca. Un cigarro en la mano que me recuerda a cada instante mi mortalidad mientras una copa se llena con frecuencia rítmica de ese líquido oscuro con el que están tejidos mis sueños. Reflexiones de borracho… seguramente. Nunca me importaron las críticas, mientras nadie me moleste a mí, ni a mi botella de brandy barato. Seguiré pensando y bebiendo, amando y bebiendo, soñando y bebiendo. Naciendo y muriendo en una constante lucha por mantenerme alcoholizado.
El recuerdo es mi otra adicción, la parte más blanda de mi corazón y la menos razonable de mi cerebro. Mi constante caída hacia el pasado, rendido ante la imagen aun nítida de las pasiones, los besos, los silencios y miradas que colmaban mi vida de amante.
Suspiro… son tantos nombres, rostros, caricias, besos y tormentos, mis mujeres y mi soledad… y claro, mi botella de brandy barato. Pero no me vanaglorio ni me auto elogio. Al final de la noche sigo solo, mirando a esa mujer de curvas pronunciadas bailando una mala cumbia. El movimiento de su culo me hipnotiza. Pero su mirada vacía me repugna. Nada es suficiente para mí, más que esa soledad preciosa que me acaricia la nuca y me besa los dedos, le invitare un par de copas más, y me marchare por esas calles vacías y olorosas… 

J.G. 

sábado, 8 de enero de 2011

Modernidad

La mirada de ella inquieta sobre las páginas del libro nuevo. Sus manos indagando entre las hojas blancas, y su mente floreciendo ante los versos. El esperaba que no llegara a la pagina final y encontrara la nota dedicatoria, no mientras el permaneciera allí, observándola con nostalgia. Nunca se había sentido tan vivo como en ese momento, y habría preferido ser más joven, más impresionable, menos crítico y severo. Los años no eran muchos, pero si las penas, y las esperanzas se habían disminuido notablemente desde la pérdida de su último empleo, la cual dolía mas pues se daba sin la oportunidad de demostrar que era lo suficientemente mediocre para no merecerlo. Las presiones eran demasiadas y aun con ello se había atrevido a no olvidar el aniversario.

Ese libro se convertía en la fuente de una alegría profundamente franca, una sonrisa agradecida que se grababa en la memoria. Por un breve pero sustancial momento el pago atrasado de la renta se veía eclipsado por esa luminosa felicidad. Por esos ojos brillantes de esperanza, por ese cuerpo breve y delgado que derramaba juventud debajo de todos esos harapos viejos que simulaban ropa. En la escuela los chicos rabiaban por que el insolente profesor les dejaba de tarea la lectura de un libro. En ese rincón apartado de todo lujo, una chica polvorienta suspiraba por un día de instrucción en el más modesto de los colegios. Y en la mente de ese pobre hombre a unos pasos de la calle y la ruina total, solo un pensamiento. “En el mundo moderno Dios le da música a los sordos y luz a los ciegos mientras nosotros no dejamos de ver y oír a la muerte”

J.G.