La mirada de ella inquieta sobre las páginas del libro nuevo. Sus manos indagando entre las hojas blancas, y su mente floreciendo ante los versos. El esperaba que no llegara a la pagina final y encontrara la nota dedicatoria, no mientras el permaneciera allí, observándola con nostalgia. Nunca se había sentido tan vivo como en ese momento, y habría preferido ser más joven, más impresionable, menos crítico y severo. Los años no eran muchos, pero si las penas, y las esperanzas se habían disminuido notablemente desde la pérdida de su último empleo, la cual dolía mas pues se daba sin la oportunidad de demostrar que era lo suficientemente mediocre para no merecerlo. Las presiones eran demasiadas y aun con ello se había atrevido a no olvidar el aniversario.
Ese libro se convertía en la fuente de una alegría profundamente franca, una sonrisa agradecida que se grababa en la memoria. Por un breve pero sustancial momento el pago atrasado de la renta se veía eclipsado por esa luminosa felicidad. Por esos ojos brillantes de esperanza, por ese cuerpo breve y delgado que derramaba juventud debajo de todos esos harapos viejos que simulaban ropa. En la escuela los chicos rabiaban por que el insolente profesor les dejaba de tarea la lectura de un libro. En ese rincón apartado de todo lujo, una chica polvorienta suspiraba por un día de instrucción en el más modesto de los colegios. Y en la mente de ese pobre hombre a unos pasos de la calle y la ruina total, solo un pensamiento. “En el mundo moderno Dios le da música a los sordos y luz a los ciegos mientras nosotros no dejamos de ver y oír a la muerte”
J.G.
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